Hoy regreso: Hablando de Comfort Food

Este relato estuvo guardado mucho tiempo y es muy íntimo y personal. Espero disfrutes conociendo el término comfort food mezclado con mis vivencias

Hace algún tiempo hice una formación de comunicación gastronómica. Este es el texto final y desde hace casi tres años estaba engavetado. Me pareció inspirador —entonces y ahora— hablar del comfort food. Pero el texto salió tan personal, que no me parecía tenía cabida ni siquiera en mi propio blog.

Mi recién bautizada hermana de la vida, la Montelongo me motivó a que lo sacara a la luz. Y así empieza. Hoy, en mi cumpleaños, era el momento. Espero lo disfruten mucho.

¿Por dónde comienzo? ¡Pues por el principio! Así que definamos comfort food

Según un podcast, donde entrevistaron a las editoras del blog lascooltas.com , se dice que:

“Es aquella comida que te reconforta el alma, te da bienestar y tiene un halo de nostalgia que te lleva a casa, que te lleva al hogar”

Patricia V. Papparoni / Viviana Troconis

También mencionan que un elemento clave, además de la sensación de bienestar, es el de sentirse de alguna manera protegido y consentido. Como un camino para recuperar esa quietud y pensar que nada malo va (a volver) a pasarte.

Esa comida viene de aquella persona que se quedaba con nosotros y nos atendía, por lo que, aunque mayormente podría ser la figura de crianza femenina (mamá, nana o abuela), también sería factible que (y por qué no), se tratara de un padre dedicado a la cocina.

Aquí también se meten los hermanos mayores que nos cuidaban o cualquier figura adulta responsable de la casa.

Me sorprendió mucho escuchar la reflexión que no solo de comida casera se trata. Podría ser algo “no hecho” en casa, pero que de la misma forma nos conecta con ese yo niño a temprana edad.

En mi caso como un ejemplo particular, en esta última categoría entraría el pan untado con chisgüis ( la marca de Kraft es Cheez Whiz, untable de queso fundido madurado) o las empanadas al horno con dulce de plátano que dejaba en casa la mejor amiga de mi abuela, cuando pasaba las temporadas vacacionales con ella.

Pocas veces me había recordado de esa delicia, hasta que una vecina de Maturín publicó en Instagram que esa merienda antojada es oriunda de la ciudad del Guarapiche. Caí en cuenta que estaban relacionadas con mi gentilicio y que debía aprender a hacerlas. Y ¿Qué creen? ¡Prueba superada!

Así que, en resumidas cuentas, mejor nos vamos por lo convencional y común. Hablar de ese término para mi es…

El comfort food. O la comida que me devuelve a lo que soy

En mi casa es algo bien particular, porque vengo de una familia donde las fiestas no eran con piñata y torta, sino una mesa llena de comida para compartir. Podía ser bajo nuestro techo o en algún local fuera de él.

De niña conocí así, más restaurantes que parques de atracciones o cine. No es broma. Esta típica salida de disfrute que para los niños de hoy es común, para mí no era muy seguido. No sé cómo terminé siendo, entre otras cosas, músico.

Pero bueno, disculpen por el desvío de la historia. El tema es que, como típicos orientales, somos de buen diente y comer. En casa las comidas fuertes solían ser desayuno y almuerzo… La cena si corría a cuenta de cada quien, pues mi mami ya venía agotada de lidiar con el trabajo y los muchachos al llegar. Y allí tal vez comenzó mi afición por los fogones. Esto me ha servido hoy día, para poder reproducir y tapar mis nostalgias con las recetas que mi mamá me ha dado, un poco para mantener las tradiciones familiares.

¿A qué sabe mi niñez y felicidad?

A muchas cosas. Es complicado decidirme por una sola, así que como tengo bastante espacio, hablaré de varias.

Difícilmente existe en el planeta un bollito navideño más suculento y espectacular que el de mi madre. Eso, junto con el jamón planchado en la mañana de navidad, al día siguiente de mi tan generoso Niño Jesús, es lo que más se asemeja a la felicidad. Fue en lo que pensé cuando escuchaba y leía acerca del tema.

Al punto que no me lo he vuelto a comer, al menos, no en esa presentación (ese jamón de concha dulcita, está en mi memoria… ojalá algún día pueda volver a comprarlo). He cometido la osadía de intentar hacer el bollito. Y aunque el guiso es bastante gustoso y es sin duda en lo que me va mejor, ha sido toda una proeza lograr la textura de la masa: ni tan floja como para que sea un puré envuelto, ni tan firme que para comérselo habría que rayarlo (por ambos escenarios he transitado).

Quizás es un llamado a que me deje de eso y los haga rellenos, y en ese sentido sería una hallaca alargada. Si me aventuro este diciembre, por mis redes se sabrá.

Otro imperdible de mi casa y la cocina de mi mamá es la sopa de pollo y en general todas las preparaciones con esta ave tan versátil y noble.

Por eso me considero una manifestación viviente de que si es reconfortante para el alma. Un buen plato de sopa ha diluido alguna preocupación o tristeza, la nariz aguada de mis estados gripales y por qué no confesarlo, hasta un mal de amor.

Cuando vi la escena de la película “Como agua para chocolate” donde a Tita, en medio de la depresión le daban un caldo que hizo que todo se le quitara… Me dije: Esa parezco yo.

Y con respecto al pollo hay una anécdota familiar muy curiosa. Cuando mamá me dio a luz le ligaron para “cerrar la fábrica”.  Recién operada como estaba, no debía comer ningún alimento, porque le proporcionaría gases y problemas desde luego, en su recuperación.

Solo que la pobre no había comido desde la mañana… Y ya eran las 5 de la tarde. Sentía que se desfallecía y no precisamente del malestar.

Así que mi tía madrina le llevó un flamante pollo asado de un sitio cercano. Dice ella que eso le supo mejor que nunca. Luego al hacer la ronda, el médico de guardia le informó:

—Señora Vargas, no comerá sino dieta líquida por hoy. Ahora más tarde le traerán.

Tuvo que contener la risa y también el resto de sus acompañantes. Mi primera teta sabía a pollo y ¡Ya fue! Lo amo en todas sus presentaciones y las sé preparar muy bien.

Es muy popular en casa, por ejemplo, hacerlo en salsa de tomate y piña. Queda como guisadito, con una salsa cítrica. Mejor si son muslos, porque es la carne más jugosa. Lo podría hacer con los ojos cerrados. También en vez de piña, naranja (pero natural, no jugo pasteurizado) y es exactamente lo mismo.

Y yo también tengo mis imperdibles

Que vienen siendo la particular sazón que ahora mi hija está heredando y con la que seguro me asociará para el resto de su vida.

Los niños particularmente nos superan con creces. Yo diría que nos perfeccionan, para bien y para mal. Jamás pude disfrazarle los vegetales a mi hija. Ella sabe perfectamente lo que come y a qué sabe. Es mi principal crítica.

Es una especialista en jorungar… Cosa que al principio me movía un poco, pero ya me entregué a que ella es así. Lo bueno es que está grande ya y come más variado. No siempre fue así.

Me sentí finalista de Master Chef cuando comió toda su crema de auyama y hasta me la alabó. Claro está, mi versión original lleva sofrito de ajoporro. Si ella va a comer mejor que se lo omita. Si no, me la deja entera.

También le encanta mi puré de papa, el cual hago con la papa lavada y dejando la concha de las más bonitas. Aprendí en un restaurante donde trabajé. Le decían a la rústica. Un día me llevé la receta a casa y realmente nos encanta.

Mi arroz con pollo es tan bueno, que mi mamá me pidió la receta. Dentro de mi sentí las ovaciones y los aplausos. Mira que superar a una cocinera como ella es como dirían, too much. También le encanta mi sopa de cebolla. Me queda como de tasca, lo juro.

Y de todas todas he de decir que cocinar es bálsamo para mí. Cuando logro un sabor o una textura de esa cocina materna y heredada, me siento espectacular.

Pensando en los comfort drinks, les hablaría del carato de mango de mi abuela o de la “chicha” de agua de maíz que queda cuando lo sancochan para hacer hallacas y le incorporan papelón. ¡Se acababa rapidísimo y todos los hermanos nos peleábamos por ella! Y en los comforts desserts los “pocicles” de gaseosa de frescolita y leche, también de la abuela. ¡Indispensables para poder lidiar con ese calor pegajoso y húmedo de mi tierra maturinesa!

Pero el calor que siempre tendré gracias a mis habilidades en la cocina, es el de mi hogar. Muchas veces me mudé, casi nunca de país. Más saber qué puedo hacer esos platillos por mí misma, me llevará a la llave de la felicidad que quizás no tienen otros. Y donde quiera que esté, siempre seré venezolana.

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